Desde hace años me dedico al diseño de producto, con especial atención a cómo los objetos que usamos a diario pueden conectarse con nuestra identidad, nuestras raíces y, sobre todo, con nuestras necesidades reales. Hace unos meses, mientras buscaba calzado minimalista para mi hijo pequeño, descubrí el universo de tikki españa. No solo encontré un zapato; encontré una declaración de principios.
A primera vista, los productos de esta marca —tikki zapatos y zapatillas incluidas— parecen sencillos, pero esa sencillez esconde una profundidad que solo se percibe al usarlos y observar sus detalles. En mi caso, lo que me atrajo fue esa coherencia entre forma y función, donde cada línea tiene un propósito, cada costura se nota pensada, y cada material tiene sentido.
El diseño minimalista de tikki zapatillas se siente como una caricia al pie. No hay estructuras innecesarias, no hay suelas gruesas que te desconectan del suelo, ni colores estridentes que buscan llamar la atención. Hay una apuesta clara por la naturalidad, por dejar que el cuerpo se exprese como fue diseñado: libre. En lo personal, esto me conecta con una filosofía que valoro profundamente como diseñador —la de crear sin imponer.
Y es que la idea de caminar descalzo, de liberar al pie de moldes rígidos, no es solo una cuestión estética o ergonómica. Es cultural. Hay una intención evidente en Tikki de rescatar lo instintivo, lo básico, lo que muchas culturas han valorado por siglos: el contacto con la tierra, la libertad de movimiento, el respeto por el cuerpo tal como es.
Los materiales que usan no solo son suaves, flexibles y duraderos; también transmiten valores. Se siente que hay detrás una selección ética, responsable, que evita lo superfluo y opta por lo que cuida. Como padre y como diseñador, esto me da tranquilidad. Saber que mi hijo corre por el parque con algo que no solo le protege, sino que lo acompaña sin interferir, es un alivio.
Además, como consumidor de productos hechos con intención, me impresionó cómo Tikki integra valores culturales europeos —y más concretamente ibéricos— en su narrativa y estética. Hay un respeto por lo artesanal, por el trabajo bien hecho, por la duración frente a lo descartable. El diseño se entiende como una herramienta de conexión, no como simple moda.
Me gusta también que el calzado Tikki no tenga género marcado ni colores impuestos por estereotipo. Esa neutralidad bien pensada le da a cada persona la posibilidad de construir su estilo propio, sin condicionamientos. Lo cual me parece más que acertado para un mercado que pide a gritos autenticidad.
Si tuviera que dar alguna sugerencia a la marca, sería que expandan aún más su colección para adultos con el mismo enfoque. Hay una falta real de calzado minimalista que no pierda el valor estético, y Tikki tiene las bases perfectas para crecer en esa dirección. También sería ideal ver más colaboración con diseñadores locales que puedan aportar miradas culturales distintas, manteniendo siempre esa esencia tan propia que los define.
Al final, lo que más valoro de esta experiencia es sentir que lo que llevo en los pies no solo responde a mis necesidades físicas, sino también emocionales y culturales. Caminar con Tikki no es solo desplazarse: es recordar que el diseño puede ser simple, útil y lleno de alma al mismo tiempo.